Van a pasar 8 años desde que toqué mi primer € y aún sigo escuchando la pamplina de lo que han subido las cosas por culpa de la moneda única. Da igual que mire con satisfacción mi factura del teléfono, el precio del último giga de RAM que me he comprado o el billete de avión de estas vacaciones, que si las lechugas han subido todo eso parece secundario porque claro, es un bien de primera necesidad. De hecho es bien sabido que gastamos mucho más en lechugas que en teléfono a lo largo del año ¿o no?.
Ahí salen en los «telediarios» las güelinas quejándose de que todo está carísimo y por lo que parece, sigue siendo noticia.
Quizás porque estudio economía, antes de escuchar a los políticos tengo la manía de mirar los datos. Lo bueno que tenemos en España es que la mayoría de los datos económicos son de libre acceso a través de la web del Instituto Nacional de Estadística. Y saber cuánto han subido los precios de un año cualquiera a otro es realmente fácil:
http://www.ine.es/cgi-bin/certi
Por ejemplo, los precios desde noviembre del 2000 a noviembre del 2007 se han incrementado en un 25,4% . ¿Cuánto aumentaron en los 7 años anteriores cuando teníamos con nosotros a nuestra querida peseta que tanto bien hacía? Pues de noviembre de 1992 al mismo mes de 1997 aumentaron ¡un 25,3 %! Creedme que una diferencia de 0.1 % en 7 años no es para echarse las manos a la cabeza. De hecho:
http://www.elmundo.es/mundodinero/2002/02/28/Noti20020228160418.html
Y ya no digamos si miramos cuánto aumentaron desde 1990 a 1997 ¡un 33,7%!
Hoy leo un artículo maravilloso y muy divulgativo de uno de mis blogs favoritos sobre el IPC y toda esta historia:
http://www.adn.es/blog/el_ruido_y_las_nueces/dinero/20071218/POS-0007-IPC-Cree-usted.html
Pero incluso pensando sólo en bienes de consumo, muchas veces nos parece que el IPC «está mal». Probablemente, lo que sucede es que en nuestras cabezas hacemos una media con muy pocos datos, en la que damos un peso desproporcionado a las cosas cotidianas (la leche y el pan en el super, el café en el bar, la gasolina), y mucho menos a las cosas que pagamos ocasionalmente (la factura del teléfono, la ropa, los electrodomésticos, los muebles, los equipos informáticos), pero de mayor volumen económico, y que pesan en la media real de nuestro gasto anual bastante más de lo que pesan en nuestra media mental. Casi todos nosotros gastamos mucho más, seguramente, en teléfono que en cafés, pero una factura mensual, que pasa por el banco, no pesa en nuestra cabeza lo mismo que un pequeño gasto cotidiano. Me temo entonces que la cosa tiene difícil arreglo, y que la desconfianza popular en la medida de los precios persistirá indefinidamente.